En la página de THE CONVERSATION se publicó un artículo sobre las fragancias que tienen las personas.
El aroma corporal evoluciona a lo largo de nuestra vida, y los cambios que se producen no solo tienen una explicación biológica, sino que también han jugado un papel importante en la selección social y evolutiva. Durante la infancia, el olor corporal suele ser suave debido a la baja actividad de las glándulas sudoríparas y a un microbioma (comunidad de microrganismos) cutáneo sencillo. Aun así, los padres son capaces de identificar la “fragancia” que despide su propio hijo. Los olores que en este caso generan una percepción olfativa emocional (información hedónica) agradable o familiar, activan las redes neuronales de la recompensa y el placer y disminuyen las respuestas al estrés. En coherencia con esto, las madres con trastornos del vínculo posparto no desarrollan este reconocimiento ni preferencia olfativa de su propio bebé.

La adolescencia supone un cambio importante en el olor corporal debido a la producción de hormonas sexuales, que, entre otras cosas, induce la activación de las glándulas sudoríparas y sebáceas. Mientras que la mayoría de las glándulas sudoríparas (las ecrinas) excretan agua y sales, las glándulas sudoríparas llamadas apocrinas (asociadas al vello y localizadas en las axilas y la zona genital) segregan proteínas y lípidos. Es la degradación conjunta de estos lípidos y del sebo (triglicéridos, ésteres de cera, escualeno y ácidos grasos libres) liberado por las glándulas sebáceas presentes por casi toda la piel lo que genera el característico aroma a “humanidad”. Otras moléculas volátiles que aparecen en mayor cantidad en el sudor de los púberes frente al de los niños son la androstenona (olor sudoroso y urinario, similar al almizcle), el androstenol (parecido al sándalo o el almizcle) y el escualeno (rancio, graso o ligeramente metálico cuando se oxida).
La capacidad de reconocer a los hijos por el olor corporal disminuye tanto en madres como en padres cuando sus descendientes abandonan la infancia y están en plena adolescencia. La capacidad de identificación y preferencia se recupera cuando los vástagos entran en la etapa de pospúberes. Una posible explicación a esta especie de “rechazo” hacia el olor corporal de los propios hijos adolescentes sería la prevención del incesto y, por tanto, la endogamia. Las glándulas sebáceas alcanzan su actividad máxima en la edad adulta dependiendo de factores como la dieta, el estrés, los niveles de hormonas o el microbioma cutáneo.
En realidad, el olfato es eficaz para obtener información de congéneres, resulta esencial cuando la visión o audición están restringidas (entorno oscuro o ruidoso) y permite detectar eventos pasados, pues las moléculas odoríferas persisten en el espacio y el tiempo. Por lo tanto, poseer un aroma característico y la capacidad de detectar olores ajenos proporciona información social respecto a nosotros mismos, nuestros parientes, la edad, el sexo, la personalidad, las enfermedades y las emociones.
Con el envejecimiento, la falta de colágeno de la piel aplasta y reduce la actividad de las glándulas sudoríparas y sebáceas. La pérdida de las primeras explica la dificultad de las personas mayores para mantener el equilibrio térmico. En cuanto a las sebáceas, no solo disminuye su producción, sino que cambia su composición, disminuyendo la cantidad de compuestos antioxidantes como la vitamina E o el escualeno. Todo esto, sumado a la también menor capacidad de producción de antioxidantes por las células cutáneas, desencadena un aumento de reacciones de oxidación, dando lugar al olor “a persona mayor”, que los japoneses llaman kareishu.
Este artículo de investigación fue publicado en la página de THE CONVERSATION el 25 de noviembre de 2024.
Para mayor información ingresar al siguiente enlace.