En el Perú, los errores médicos y los eventos adversos en el diagnóstico oncológico están generando alarmas sobre la calidad de la atención en salud. Dos casos clínicos recientes, investigados por el Dr. Carlos Alberto Portocarrero Ramos, ilustran los graves problemas que pueden surgir cuando la comunicación entre médicos y pacientes falla, y cuando la formación académica no es adecuada. Este artículo presenta un análisis detallado de estos casos, subrayando la importancia de una correcta interacción médico-paciente y de una sólida formación profesional.
Caso 1: Diagnóstico tardío y complicaciones en una joven paciente
Una paciente de 16 años, inicialmente tratada por faringitis, presentó síntomas alarmantes como fiebre alta, sudoración nocturna y pérdida de peso. A pesar de estos signos, el hematólogo diagnosticó anemia por falta de hierro y recetó suplementos sin considerar otras posibles causas. La madre de la paciente, con experiencia en el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas, sugirió la posibilidad de un origen orgánico para la anemia, pero fue desestimada por el médico.
La situación se agravó cuando un infectólogo, al interpretar erróneamente una radiografía de tórax, no logró identificar la verdadera causa del ensanchamiento del mediastino superior. No fue hasta que los padres buscaron la opinión de un médico internista y, posteriormente, de un oncólogo, que se diagnosticó un linfoma de Hodgkin clásico. Este diagnóstico tardío implicó un retraso significativo en el tratamiento adecuado.
Caso 2: Fallas en la evaluación de una paciente mayor
Una mujer de 54 años consultó inicialmente a un oncólogo de cabeza y cuello debido a dolor en el cuello y ganglios inflamados. A pesar de los síntomas persistentes, el médico no realizó una investigación exhaustiva y se limitó a un seguimiento inadecuado. La paciente, al no encontrar alivio, recurrió a un chequeo oncológico preventivo que tampoco detectó el problema subyacente.
La situación culminó cuando un ginecólogo oncológico realizó una cirugía para extirpar un pólipo sin éxito, demostrando una falta de preparación y comunicación efectiva. Finalmente, otro ginecólogo, mediante una ecografía Doppler, diagnosticó un cistoadenoma seroso de gran volumen, una condición que debió ser identificada mucho antes.
Estos casos revelan múltiples fallas en el sistema de salud. La falta de una adecuada comunicación entre médicos y pacientes, así como entre los propios profesionales de la salud, contribuyó significativamente a los errores en los diagnósticos. Además, se evidenció una deficiencia en la formación académica y práctica, tanto en médicos jóvenes como en experimentados, que no supieron interpretar adecuadamente los signos clínicos y las pruebas auxiliares.
El tiempo de consulta, cada vez más reducido en las clínicas privadas, también jugó un papel crucial en la calidad de la atención. Evaluaciones clínicas apresuradas y superficiales impidieron un diagnóstico preciso y oportuno.
Para mejorar la calidad del diagnóstico oncológico en el Perú, es crucial fortalecer las competencias comunicativas en la formación de los médicos, asegurar una sólida base teórica y práctica que no se sacrifique por la especialización, aumentar el tiempo dedicado a las consultas para priorizar la calidad del servicio sobre la cantidad de pacientes atendidos, y enfatizar la importancia de los principios éticos y deontológicos en la formación profesional.
Estos casos resaltan la necesidad urgente de revisar y mejorar los procesos de diagnóstico oncológico en el Perú, con el fin de reducir los errores médicos y mejorar la calidad de vida de los pacientes.
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